Hoy en día, hay cerca de mil millones de personas hambrientas en el planeta, pero el hambre es causado por la pobreza (1/3 de la población del planeta gana menos de 2 dólares al día) y la inequidad (falta de acceso a tierra, semillas, etc.,), no por la escasez debida a la falta de producción...
El mundo ya produce suficiente alimento para nutrir a 9 a 10 mil millones de personas, la población esperada para el año 2050. La mayor parte de los cultivos de cereales de producción industrial se destina a biocombustibles y alimento para animales confinados. Por lo tanto, la exigencia de duplicar la producción alimentaria para el año 2050 sólo es necesaria si seguimos dando prioridad a la creciente población de ganado y automóviles, en lugar de alimentar a personas que padecen hambre.
Un análisis demasiado simplista en apoyo a la agricultura industrializada cita los altos rendimientos y los cálculos del suministro total de alimentos para ilustrar el potencial de ésta para aliviar el hambre.
Sin embargo, se entiende desde hace tiempo que los rendimientos son una condición necesaria, pero no suficiente para satisfacer las necesidades alimenticias de la gente (Lappé et al. 1998). El 68 por ciento de todos los niños malnutridos menores de cinco años que viven en el Tercer Mundo se encuentran en países con excedentes de alimentos.
Ya existe un abundante suministro de alimentos, mientras que el hambre crece en todo el mundo. No es el suministro el factor crucial, pero si la distribución y el derecho y acceso de las personas a tierra, ingreso, o redes de apoyo para lograr una dieta saludable. En lugar de ayudar, la sobreproducción de alimento, en realidad puede aumentar el hambre por la subvaloración de los precios y la destrucción de la viabilidad económica de los sistemas agrícolas locales.
Los campesinos locales no son capaces de vender sus productos de manera que les permitan cubrir costos de producción, dejando que los alimentos se pudran en los campos mientras que las personas pasan hambre (Holt Giménez y Patel 2009).
Aproximadamente un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se pierde a nivel mundial, lo que equivale a alrededor de 1,3 millones de toneladas por año, suficiente para alimentar a todo el continente de África. La mayor parte de esta comida se desperdicia por los consumidores en Europa y América del Norte (95‐115 kg/año/per cápita) mientras que esta cifra en el África subsahariana y Asia del Sur/Sureste es sólo 6,11 kg/año.
Soluciones contra el hambre y el suministro de alimentos tienen que tomar en cuenta la distribución de los alimentos y el acceso de la población a ingresos, tierra, semillas y otros recursos.
La agricultura industrial ha acelerado la concentración de tierras y recursos en las manos de unos pocos que socavan la posibilidad de abordar las raíces del hambre. La concentración de la producción mundial de alimentos bajo el control de unas pocas corporaciones transnacionales, impulsada por acuerdos de libre comercio, políticas de ajuste estructural, y subsidios para la sobreproducción de materias primas agrícolas, ha creado desequilibrios en el comercio de alimentos y la exacerbada dependencia de importación de alimentos desde el Norte al Sur, lo que explica el aumento de la inseguridad alimentaria en muchos países.
La producción de cultivos de exportación y la expansión de los biocombustibles a cambio de las importaciones de alimentos ya socavan la autosuficiencia alimentaria y ponen en peligro los ecosistemas locales. Esta situación se ve agravada por los gobiernos con inseguridad alimentaria, entre ellos China, Arabia Saudita y Corea del Sur que dependen de las importaciones para alimentar a sus pueblos, que rápidamente se están adueñando de tierras agrícolas (más de 80 millones de hectáreas ya negociadas) en el extranjero para su propia producción de alimentos. Varias corporaciones e inversionistas privados, ávidos de ganancias en medio de la profundización de la crisis financiera, ven la inversión en tierras agrícolas extranjeras para la producción de biomasa, como una importante fuente nueva de ingresos.
No hay duda de que la humanidad necesita un paradigma alternativo de desarrollo agrícola, uno que fomente una agricultura biodiversa, resiliente, sostenible y socialmente justa. La base de estos nuevos sistemas son la gran variedad de estilos agrícolas ecológicos desarrollados por al menos el 75% de los 1,5 millones de pequeños propietarios, agricultores familiares e indígenas en 350 millones de pequeñas explotaciones que representan no menos del 50% de la producción agrícola para el consumo interno global (ETC, 2009).
La mayoría de los alimentos que se consumen hoy en el mundo, se deriva de 5.000 especies de cultivos domesticados y 1,9 millones de variedades vegetales conservadas y manejadas por campesinos, la mayoría cultivados sin agroquímicos (ETC, 2009).
La agricultura industrial amenaza la diversidad de estos cultivos, a través de la sustitución de variedades nativas por variedades híbridas, y por la contaminación de cultivos tradicionales y especies silvestres por la introducción de organismos genéticamente modificados. A medida que el suministro mundial de alimentos depende de un puñado de variedades de cultivos, la agricultura se torna vulnerable a los brotes de plagas, y a alteraciones climáticas. En Brasil, hay alrededor de 4,8 millones de agricultores familiares tradicionales (alrededor del 85 % del número total de agricultores) que ocupan el 30 % de toda la tierra agrícola del país.
Estas explotaciones familiares producen alrededor del 33 % de la tierra sembrada con maíz, 61 % de los frijoles y el 64 % de la yuca, produciendo no menos del 60% de los alimentos básicos del país. Los pequeños agricultores en la India, que poseen en promedio 2 hectáreas de tierra, representan alrededor del 78 % de los agricultores del país, mientras que sólo poseen el 33 % de la tierra, y son responsables de 41 % de la producción nacional de granos. Es claro que la contribución de los pequeños agricultores a la seguridad alimentaria es a nivel mundial desproporcionadamente alta.
La mayoría de los campesinos del mundo mantienen pequeños sistemas agrícolas diversificados, que ofrecen modelos prometedores para incrementar la biodiversidad, conservar los recursos naturales, estabilizar los rendimientos sin agroquímicos, prestar servicios ecológicos y entregar lecciones notables de resiliencia frente al continuo cambio ambiental y económico. Por estas razones, la mayoría de los agroecólogos reconocen que los agroecosistemas tradicionales tienen el potencial para aportar soluciones a muchas incertidumbres que enfrenta la humanidad en la era del cenit del petróleo y de la crisis financiera (Altieri, 2004, Toledo y Barrera Bassols, 2009). Sin lugar a dudas, el conjunto de prácticas tradicionales de manejo de cultivos utilizados por muchos agricultores de escasos recursos, que se adaptan bien a las condiciones locales y que pueden conducir a la conservación y regeneración de la base de recursos naturales, es una riqueza para los investigadores modernos que buscan crear nuevos agroecosistemas bien adaptados a la las circunstancias agroecológicas y socioeconómicas locales de pequeños agricultores.
Prácticas y técnicas campesinas tienden a ser intensivas en conocimiento y no intensivas en insumos, pero es evidente que no todas son eficaces o aplicables, por lo tanto, pueden ser necesarias algunas modificaciones y adaptaciones. Es aquí, donde la agroecología ha jugado un papel clave en la revitalización de la productividad de los pequeños sistemas agrícolas. Desde la década de los ochenta, miles de proyectos iniciados por organizaciones no gubernamentales (ONGs), organizaciones de agricultores y algunos centros universitarios y de investigación y que han llegado a cientos de miles de agricultores, han aplicado principios agroecológicos para adaptar las tecnologías agrícolas a las necesidades y circunstancias locales, mejorando los rendimientos y a la vez conservando los recursos naturales y la biodiversidad.
El modelo convencional de transferencia de tecnología, no sirve en las regiones campesinas, ya que es de arriba hacia abajo y se basa en la transferencia de una tecnología (bala mágica), que es incapaz de comprender que los nuevos sistemas agroecológicos requieren la participación de la gente y la necesidad de adaptarse de una manera específica a las condiciones variables y diversas de las fincas.
El mundo ya produce suficiente alimento para nutrir a 9 a 10 mil millones de personas, la población esperada para el año 2050. La mayor parte de los cultivos de cereales de producción industrial se destina a biocombustibles y alimento para animales confinados. Por lo tanto, la exigencia de duplicar la producción alimentaria para el año 2050 sólo es necesaria si seguimos dando prioridad a la creciente población de ganado y automóviles, en lugar de alimentar a personas que padecen hambre.
Un análisis demasiado simplista en apoyo a la agricultura industrializada cita los altos rendimientos y los cálculos del suministro total de alimentos para ilustrar el potencial de ésta para aliviar el hambre.
Sin embargo, se entiende desde hace tiempo que los rendimientos son una condición necesaria, pero no suficiente para satisfacer las necesidades alimenticias de la gente (Lappé et al. 1998). El 68 por ciento de todos los niños malnutridos menores de cinco años que viven en el Tercer Mundo se encuentran en países con excedentes de alimentos.
Ya existe un abundante suministro de alimentos, mientras que el hambre crece en todo el mundo. No es el suministro el factor crucial, pero si la distribución y el derecho y acceso de las personas a tierra, ingreso, o redes de apoyo para lograr una dieta saludable. En lugar de ayudar, la sobreproducción de alimento, en realidad puede aumentar el hambre por la subvaloración de los precios y la destrucción de la viabilidad económica de los sistemas agrícolas locales.
Los campesinos locales no son capaces de vender sus productos de manera que les permitan cubrir costos de producción, dejando que los alimentos se pudran en los campos mientras que las personas pasan hambre (Holt Giménez y Patel 2009).
Aproximadamente un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se pierde a nivel mundial, lo que equivale a alrededor de 1,3 millones de toneladas por año, suficiente para alimentar a todo el continente de África. La mayor parte de esta comida se desperdicia por los consumidores en Europa y América del Norte (95‐115 kg/año/per cápita) mientras que esta cifra en el África subsahariana y Asia del Sur/Sureste es sólo 6,11 kg/año.
Concentración de la producción global de alimentos
Soluciones contra el hambre y el suministro de alimentos tienen que tomar en cuenta la distribución de los alimentos y el acceso de la población a ingresos, tierra, semillas y otros recursos.
La agricultura industrial ha acelerado la concentración de tierras y recursos en las manos de unos pocos que socavan la posibilidad de abordar las raíces del hambre. La concentración de la producción mundial de alimentos bajo el control de unas pocas corporaciones transnacionales, impulsada por acuerdos de libre comercio, políticas de ajuste estructural, y subsidios para la sobreproducción de materias primas agrícolas, ha creado desequilibrios en el comercio de alimentos y la exacerbada dependencia de importación de alimentos desde el Norte al Sur, lo que explica el aumento de la inseguridad alimentaria en muchos países.
La producción de cultivos de exportación y la expansión de los biocombustibles a cambio de las importaciones de alimentos ya socavan la autosuficiencia alimentaria y ponen en peligro los ecosistemas locales. Esta situación se ve agravada por los gobiernos con inseguridad alimentaria, entre ellos China, Arabia Saudita y Corea del Sur que dependen de las importaciones para alimentar a sus pueblos, que rápidamente se están adueñando de tierras agrícolas (más de 80 millones de hectáreas ya negociadas) en el extranjero para su propia producción de alimentos. Varias corporaciones e inversionistas privados, ávidos de ganancias en medio de la profundización de la crisis financiera, ven la inversión en tierras agrícolas extranjeras para la producción de biomasa, como una importante fuente nueva de ingresos.
Agricultura campesina: la base de la agricultura del siglo XXI
No hay duda de que la humanidad necesita un paradigma alternativo de desarrollo agrícola, uno que fomente una agricultura biodiversa, resiliente, sostenible y socialmente justa. La base de estos nuevos sistemas son la gran variedad de estilos agrícolas ecológicos desarrollados por al menos el 75% de los 1,5 millones de pequeños propietarios, agricultores familiares e indígenas en 350 millones de pequeñas explotaciones que representan no menos del 50% de la producción agrícola para el consumo interno global (ETC, 2009).
La mayoría de los alimentos que se consumen hoy en el mundo, se deriva de 5.000 especies de cultivos domesticados y 1,9 millones de variedades vegetales conservadas y manejadas por campesinos, la mayoría cultivados sin agroquímicos (ETC, 2009).
La agricultura industrial amenaza la diversidad de estos cultivos, a través de la sustitución de variedades nativas por variedades híbridas, y por la contaminación de cultivos tradicionales y especies silvestres por la introducción de organismos genéticamente modificados. A medida que el suministro mundial de alimentos depende de un puñado de variedades de cultivos, la agricultura se torna vulnerable a los brotes de plagas, y a alteraciones climáticas. En Brasil, hay alrededor de 4,8 millones de agricultores familiares tradicionales (alrededor del 85 % del número total de agricultores) que ocupan el 30 % de toda la tierra agrícola del país.
Otra forma en la que vienen tratando de eliminar a los pequeños productores (que son INDEPENDIENTES DEL SISTEMA EN GRAN MEDIDA, y por eso quieren eliminarlos) es a través de la manipulación geoclimática y el rociamiento de metales pesados con los chemtrails. Las sequías que vienen diezmando las producciones de muchos pequeños y medianos agricultores son la PRUEBA ABSOLUTA: echarle la culpa a una "mudanza climática" que carece de pruebas serias (como muchos científicos NO PAGOS POR EL SISTEMA ya han demostrado miles de veces, y por eso muchos hasta han sido eliminados) significa simplemente ECHARLE LA CULPA DE SUS MALES A LA PROPIA VÍCTIMA.
Estas explotaciones familiares producen alrededor del 33 % de la tierra sembrada con maíz, 61 % de los frijoles y el 64 % de la yuca, produciendo no menos del 60% de los alimentos básicos del país. Los pequeños agricultores en la India, que poseen en promedio 2 hectáreas de tierra, representan alrededor del 78 % de los agricultores del país, mientras que sólo poseen el 33 % de la tierra, y son responsables de 41 % de la producción nacional de granos. Es claro que la contribución de los pequeños agricultores a la seguridad alimentaria es a nivel mundial desproporcionadamente alta.
La mayoría de los campesinos del mundo mantienen pequeños sistemas agrícolas diversificados, que ofrecen modelos prometedores para incrementar la biodiversidad, conservar los recursos naturales, estabilizar los rendimientos sin agroquímicos, prestar servicios ecológicos y entregar lecciones notables de resiliencia frente al continuo cambio ambiental y económico. Por estas razones, la mayoría de los agroecólogos reconocen que los agroecosistemas tradicionales tienen el potencial para aportar soluciones a muchas incertidumbres que enfrenta la humanidad en la era del cenit del petróleo y de la crisis financiera (Altieri, 2004, Toledo y Barrera Bassols, 2009). Sin lugar a dudas, el conjunto de prácticas tradicionales de manejo de cultivos utilizados por muchos agricultores de escasos recursos, que se adaptan bien a las condiciones locales y que pueden conducir a la conservación y regeneración de la base de recursos naturales, es una riqueza para los investigadores modernos que buscan crear nuevos agroecosistemas bien adaptados a la las circunstancias agroecológicas y socioeconómicas locales de pequeños agricultores.
Prácticas y técnicas campesinas tienden a ser intensivas en conocimiento y no intensivas en insumos, pero es evidente que no todas son eficaces o aplicables, por lo tanto, pueden ser necesarias algunas modificaciones y adaptaciones. Es aquí, donde la agroecología ha jugado un papel clave en la revitalización de la productividad de los pequeños sistemas agrícolas. Desde la década de los ochenta, miles de proyectos iniciados por organizaciones no gubernamentales (ONGs), organizaciones de agricultores y algunos centros universitarios y de investigación y que han llegado a cientos de miles de agricultores, han aplicado principios agroecológicos para adaptar las tecnologías agrícolas a las necesidades y circunstancias locales, mejorando los rendimientos y a la vez conservando los recursos naturales y la biodiversidad.
El modelo convencional de transferencia de tecnología, no sirve en las regiones campesinas, ya que es de arriba hacia abajo y se basa en la transferencia de una tecnología (bala mágica), que es incapaz de comprender que los nuevos sistemas agroecológicos requieren la participación de la gente y la necesidad de adaptarse de una manera específica a las condiciones variables y diversas de las fincas.
El Agroecosistema en la Agroecología
La Agroecología no sólo abarca la producción de alimentos, sino que también toma en cuenta los aspectos ambientales, culturales, sociales y económicos que se relacionan e influyen en la producción.
El modelo agroecológico es demandado desde la Soberanía Alimentaria ya que se corresponde con los principios y objetivos de la misma. La Soberanía Alimentaria (concepto introducido por los movimientos sociales liderados por La Vía Campesina) es una alternativa a la globalización devastadora de las economías locales. Sus principales objetivos tienen que ver con: la defensa del derecho al alimento sano y saludable para el pueblo, revalorizar a quienes proveen el alimento, localizar los sistemas de alimentación, el empoderamiento local, y trabajar en armonía con el entorno físico y biótico.
La base del planteamiento de estos movimientos está fundada en parte en la herencia de la agricultura tradicional, la cual se caracteriza por el respeto a los procesos y principios naturales como viene a ser la continuidad y diversidad espacial y temporal, una cosecha variada de cultivos, el uso óptimo del espacio y los recursos, el reciclaje de los nutrientes, la conservación del agua, y el control de la sucesión y protección de los cultivos.
En la Agroecología están incluidas todas estas consideraciones, de hecho, este modelo considera los sistemas agrícolas, o Agroecosistemas, como una interacción compleja entre procesos sociales internos y externos; como una interacción natural entre procesos biológicos y ambientales; como una ubicación espacial y temporal de los cultivos, y por tanto como una administración respetuosa entre el campesinado y el entorno.
Desde esta perspectiva los Agroecosistemas son entonces “artefactos” humanos, y los factores que determinan el proceso de producción agrícola abarcan aspectos del ambiente, presiones bióticas, condiciones económicas, sociales y culturales de gran importancia para la sostenibilidad local y global.
La estructura del Agroecosistema desde el punto de vista Agroecológico es parecida al ecosistema natural, y sólo se ve afectada por las entradas y salidas de la energía y los materiales de la intervención humana. La Agroecología pone como solución a esta interrupción de los ciclos de energía y nutrientes una serie de principios ecológicos de manejo para equilibrar el balance de entradas y salidas de energía y nutriente. Estos principios ecológicos se centran en los siguientes aspectos:
- Conservación y regeneración de los recursos naturales. Estos son: el suelo (marcado por la erosión, su fertilidad, y la salud vegetal); el agua (empleada en la cosecha, en la conservación in-situ, en el manejo y el riego); el germoplasma (es decir, las especies nativas, animales y vegetales, los tipos de suelos, y el germoplasma adaptado); la fauna y la flora beneficiosa (los enemigos naturales, los agentes polinizadores y el uso múltiple de la vegetación).
- Manejo de los recursos productivos: Implica la diversificación, ya sea temporal (a través de la rotación por ejemplo), espacial (policultivos, agroforestería…), genética (multilíneas…) o regional (zonificación, mosaicos…). Así mismo implica el reciclaje de nutrientes y de la materia orgánica, ya sea a través de biomasa vegetal (abono verde, residuos de cultivos, fijación de N), biomasa animal (abono, orina…), y la reutilización de nutrientes y recursos internos y externos al predio. Por último, el manejo de los recursos productivos supone la regulación biótica (protección del cultivo y salud animal); esto abarca el control biológico natural (mejora de los agentes de control natural) y el control biológico artificial (importación y aumento de los enemigos naturales, insecticidas botánicos, productos veterinarios alternativos… etc.)
- Puesta en práctica de los elementos técnicos: Está basada en la regeneración de recursos, en el empleo de técnicas de conservación y de manejo adaptadas a las necesidades locales, y a las circunstancias agroecológicas y socieconómicas. La puesta en marcha puede darse a nivel de divisiones de la microregión, a nivel del predio y a nivel del sistema de cultivos. Está dirigida por una concepción integrada y holística y, por tanto, no pone énfasis en los elementos aislados.
En definitiva, la estrategia y la gestión de un Agroecosistema Agroecológico están en línea con la racionalidad campesina y por tanto incorpora elementos de manejo tradicional, tratando de interferir lo menos posible en el medio, y siempre siguiendo los principios ecológicos planteados.
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Publicado por: Anunciadora de Sión
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