Shiro Ishii se graduó en la Universidad de Kioto en 1920, tras lo cual se enroló en el ejército. En 1924 regresó a la Universidad de Kioto para cursar estudios especializados, contrayendo matrimonio con la hija de Torasaburo Akira, rector de la Universidad. Obtuvo el doctorado en 1927. Un año después fue enviado a Europa como agregado militar, viajando también en diversas ocasiones a Estados Unidos, familiarizándose con las investigaciones biológicas que se llevaban a cabo en los países occidentales.
A su regreso a Japón se consagró a promover entre sus superiores la necesidad de la investigación y fabricación de armas biológicas. Creía firmemente que la guerra moderna solo podía ser ganada a través del uso de la ciencia y su capacidad para producir armas de destrucción masiva. Algo que, paradójicamente para él, vendría a ser demostrado algunos años después en Hiroshima y Nagasaki.
Un hecho fortuito contribuyó decisivamente en que fueran escuchadas finalmente las teorías de Ishii. Tras su regreso de Europa se desató una epidemia de meningitis en Shikoku. Ishii diseñó un filtro de agua especial que ayudó decisivamente a frenar la expansión de la enfermedad. Este éxito hizo que su capacidad como bacteriólogo comenzara a ser reconocida, sobre todo en el ejército, donde supo aprovechar los réditos de su actuación en Shikoku para que fueran escuchadas sus teorías sobre armamento biológico.
Las armas biológicas industriales resultaban una solución ideal para un país como Japón cuyos recursos naturales son sumamente escasos. En plena carrera armamentística y con una campaña de expansión imperial a la vista, poco importaba la evidente falta de moralidad del proyecto. Ishii se hizo rápidamente con un nutrido grupo de poderosos patrocinadores: el coronel Tetsuzan Nagata, jefe de asuntos militares; el coronel Yoriniichi Suzuki, jefe de la sección táctica del Estado Mayor del Ejército Imperial; el coronel Ryuiji Kajitsuka, jefe del buró médico del ejército, y el coronel Chikahiko Koizumi, cirujano jefe del ejército. El espaldarazo definitivo vino de la mano de Sadao Araki, ministro del ejército y líder de la facción fundamentalista del ejército conocida como «proceder imperial».
La unidad 731: Tras la invasión de Manchuria por parte de Japón, el 18 de septiembre de 1931, Ishii fue destinado a la remota zona de Pingfan, donde fue puesto al mando de la denominada eufemísticamente Unidad Antiepidémica de Suministro de Agua 731, que en realidad no era sino un destacamento de investigación sobre guerra biológica. A finales de 1932 Jshii fue promovido a coronel y recibió un presupuesto de 200.000 yenes. Se estableció una segunda unidad de este tipo al mando de Yujiro Wakamatsu, que tenía su sede en Mengchiatun, cerca de Changchun, bajo el nombre de Sección de Prevención de la Enfermedad Veterinaria del Ejército de Kuantung. En junio de 1938 la base de Pingfang ocupaba un área de 32 kilómetros cuadrados y tenía empleadas a 3.000 personas entre científicos y técnicos.
Pronto la unidad cosechó sus primeros éxitos. En agosto de 1937 el Ejército japonés usó gas venenoso contra las tropas chinas. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Japón usó al menos en cuatro ocasiones productos de guerra bacteriológica contra China:
En principio, los estadounidenses no tomaron demasiado en serio el programa de armamento biológico japonés. Antes de Pearl Harbor se consideraba que Japón estaba demasiado lejos y no podría lanzar un ataque masivo contra el continente americano. Además, los científicos norteamericanos tendían a mantener una actitud de superioridad respecto a sus colegas nipones. Informes de la época afirman que los japoneses serían incapaces de desarrollar armas biológicas sin la ayuda de "científicos blancos".
Los métodos de la unidad 731 constituyen un crimen de guerra que, en muchos casos, supera con amplitud las mayores atrocidades de los campos de exterminio nazis. Allí se experimentaba con seres humanos, coreanos, chinos y rusos primero y, una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial, estadounidenses, británicos y australianos. A su llegada, los internos de este campamento de los horrores recibían un completo examen médico tras el cual, en función de los experimentos para los que estuvieran destinados, se les rociaba con sustancias desconocidas, se les inyectaban diversos sueros o sufrían exámenes más detallados que incluían la introducción de sondas por todos los orificios de su cuerpo.
Entre los prisioneros japoneses capturados por los marines norteamericanos en el Pacífico Sur había algunos médicos que habían pasado por la unidad 731. Al ser interrogados revelaron que el programa de armamento biológico japonés se encontraba mucho más avanzado de lo que habían sospechado y, por primera vez, los norteamericanos supieron de la existencia de Shiro Ishii. De pronto, los responsables de la defensa estadounidense se sintieron mucho menos inclinados a tomarse a broma los experimentos nipones.
Mientras, en la siniestra sede de la unidad 731, los prisioneros morían en gran número presa de enfermedades desconocidas. Los cadáveres de los fallecidos eran diseccionados puntualmente por el equipo de Ishii, que esperaba ansioso nuevas remesas de prisioneros.
Estas prácticas constituían el pan nuestro de cada día en la unidad 731, un imperio de terror y enfermedad regido por Ishii con mano de hierro. A su cargo no solo estaban las macabras investigaciones con prisioneros como conejillos de indias, sino también la producción de cantidades ingentes de gérmenes y toxinas, más de ocho toneladas al mes en su época de mayor esplendor. Ishii se encontraba especialmente orgulloso de su granja de pulgas infectadas con la peste bubónica, algunas de las cuales fueron soltadas en varias ciudades chinas iniciando epidemias.
Los prisioneros que tuvieron la desgracia de caer en las garras del equipo de Ishii fueron inoculados con enfermedades como tuberculosis, meningitis, botulismo, ántrax, tétano, peste bubónica y otras aún más exóticas. Muchos de ellos eran obligados en la fase más aguda de su infección a correr sin parar alrededor del campamento hasta que caían muertos a los pies de los científicos que anotaban eficientemente en sus cuadernos la distancia que habían sido capaces de recorrer. Otros eran dejados desnudos a temperaturas de cuarenta grados bajo cero para comprobar el comportamiento del virus en climas fríos. No pocos fueron atados a las mesas de operaciones y diseccionados vivos y sin anestesia.
La atroz cantidad y «calidad» de los crímenes cometidos por la unidad de Ishii les auguraban un trato sumamente severo al finalizar la contienda. Sin embargo, el general Douglas MacArthur pareció no sentirse especialmente conmovido por la horrorosa suerte corrida por muchos de sus hombres y encaró el asunto de un modo que, cuando menos, resulta sorprendente. Y es que MacArthur no veía por qué los Estados Unidos no debían aprovechar los descubrimientos derivados de los trabajos de Ishii.
A su regreso a Japón se consagró a promover entre sus superiores la necesidad de la investigación y fabricación de armas biológicas. Creía firmemente que la guerra moderna solo podía ser ganada a través del uso de la ciencia y su capacidad para producir armas de destrucción masiva. Algo que, paradójicamente para él, vendría a ser demostrado algunos años después en Hiroshima y Nagasaki.
Un hecho fortuito contribuyó decisivamente en que fueran escuchadas finalmente las teorías de Ishii. Tras su regreso de Europa se desató una epidemia de meningitis en Shikoku. Ishii diseñó un filtro de agua especial que ayudó decisivamente a frenar la expansión de la enfermedad. Este éxito hizo que su capacidad como bacteriólogo comenzara a ser reconocida, sobre todo en el ejército, donde supo aprovechar los réditos de su actuación en Shikoku para que fueran escuchadas sus teorías sobre armamento biológico.
Las armas biológicas industriales resultaban una solución ideal para un país como Japón cuyos recursos naturales son sumamente escasos. En plena carrera armamentística y con una campaña de expansión imperial a la vista, poco importaba la evidente falta de moralidad del proyecto. Ishii se hizo rápidamente con un nutrido grupo de poderosos patrocinadores: el coronel Tetsuzan Nagata, jefe de asuntos militares; el coronel Yoriniichi Suzuki, jefe de la sección táctica del Estado Mayor del Ejército Imperial; el coronel Ryuiji Kajitsuka, jefe del buró médico del ejército, y el coronel Chikahiko Koizumi, cirujano jefe del ejército. El espaldarazo definitivo vino de la mano de Sadao Araki, ministro del ejército y líder de la facción fundamentalista del ejército conocida como «proceder imperial».
La unidad 731: Tras la invasión de Manchuria por parte de Japón, el 18 de septiembre de 1931, Ishii fue destinado a la remota zona de Pingfan, donde fue puesto al mando de la denominada eufemísticamente Unidad Antiepidémica de Suministro de Agua 731, que en realidad no era sino un destacamento de investigación sobre guerra biológica. A finales de 1932 Jshii fue promovido a coronel y recibió un presupuesto de 200.000 yenes. Se estableció una segunda unidad de este tipo al mando de Yujiro Wakamatsu, que tenía su sede en Mengchiatun, cerca de Changchun, bajo el nombre de Sección de Prevención de la Enfermedad Veterinaria del Ejército de Kuantung. En junio de 1938 la base de Pingfang ocupaba un área de 32 kilómetros cuadrados y tenía empleadas a 3.000 personas entre científicos y técnicos.
Pronto la unidad cosechó sus primeros éxitos. En agosto de 1937 el Ejército japonés usó gas venenoso contra las tropas chinas. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Japón usó al menos en cuatro ocasiones productos de guerra bacteriológica contra China:
- el 4 de octubre de 1940 un avión dejó caer bacterias en Chuhsien causando la muerte de 21 personas;
- el 29 del mismo mes otro avión lanzaba bacterias sobre Ningpo, matando a 99 personas;
- el 28 de noviembre del mismo año, aviones japoneses llevaron a cabo un ataque biológico sin víctimas sobre Chinhua;
- en enero 1941 Japón inició sendas epidemias en Suiyuan y Shansi.
En principio, los estadounidenses no tomaron demasiado en serio el programa de armamento biológico japonés. Antes de Pearl Harbor se consideraba que Japón estaba demasiado lejos y no podría lanzar un ataque masivo contra el continente americano. Además, los científicos norteamericanos tendían a mantener una actitud de superioridad respecto a sus colegas nipones. Informes de la época afirman que los japoneses serían incapaces de desarrollar armas biológicas sin la ayuda de "científicos blancos".
Los métodos de la unidad 731 constituyen un crimen de guerra que, en muchos casos, supera con amplitud las mayores atrocidades de los campos de exterminio nazis. Allí se experimentaba con seres humanos, coreanos, chinos y rusos primero y, una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial, estadounidenses, británicos y australianos. A su llegada, los internos de este campamento de los horrores recibían un completo examen médico tras el cual, en función de los experimentos para los que estuvieran destinados, se les rociaba con sustancias desconocidas, se les inyectaban diversos sueros o sufrían exámenes más detallados que incluían la introducción de sondas por todos los orificios de su cuerpo.
Crueldad inhumana
Entre los prisioneros japoneses capturados por los marines norteamericanos en el Pacífico Sur había algunos médicos que habían pasado por la unidad 731. Al ser interrogados revelaron que el programa de armamento biológico japonés se encontraba mucho más avanzado de lo que habían sospechado y, por primera vez, los norteamericanos supieron de la existencia de Shiro Ishii. De pronto, los responsables de la defensa estadounidense se sintieron mucho menos inclinados a tomarse a broma los experimentos nipones.
Mientras, en la siniestra sede de la unidad 731, los prisioneros morían en gran número presa de enfermedades desconocidas. Los cadáveres de los fallecidos eran diseccionados puntualmente por el equipo de Ishii, que esperaba ansioso nuevas remesas de prisioneros.
Estas prácticas constituían el pan nuestro de cada día en la unidad 731, un imperio de terror y enfermedad regido por Ishii con mano de hierro. A su cargo no solo estaban las macabras investigaciones con prisioneros como conejillos de indias, sino también la producción de cantidades ingentes de gérmenes y toxinas, más de ocho toneladas al mes en su época de mayor esplendor. Ishii se encontraba especialmente orgulloso de su granja de pulgas infectadas con la peste bubónica, algunas de las cuales fueron soltadas en varias ciudades chinas iniciando epidemias.
Los prisioneros que tuvieron la desgracia de caer en las garras del equipo de Ishii fueron inoculados con enfermedades como tuberculosis, meningitis, botulismo, ántrax, tétano, peste bubónica y otras aún más exóticas. Muchos de ellos eran obligados en la fase más aguda de su infección a correr sin parar alrededor del campamento hasta que caían muertos a los pies de los científicos que anotaban eficientemente en sus cuadernos la distancia que habían sido capaces de recorrer. Otros eran dejados desnudos a temperaturas de cuarenta grados bajo cero para comprobar el comportamiento del virus en climas fríos. No pocos fueron atados a las mesas de operaciones y diseccionados vivos y sin anestesia.
La atroz cantidad y «calidad» de los crímenes cometidos por la unidad de Ishii les auguraban un trato sumamente severo al finalizar la contienda. Sin embargo, el general Douglas MacArthur pareció no sentirse especialmente conmovido por la horrorosa suerte corrida por muchos de sus hombres y encaró el asunto de un modo que, cuando menos, resulta sorprendente. Y es que MacArthur no veía por qué los Estados Unidos no debían aprovechar los descubrimientos derivados de los trabajos de Ishii.
Experimentos realizados por la unidad 731:
- Disección de personas vivas para experimentos de laboratorio y en ocasiones asesinados simplemente para documentar la muerte. El número de personas utilizado para este fin iba de las 400 a las 600 cada año.
- A partir de la segunda mitad de 1940, las tropas agresoras japonesas empezaron el uso a gran escala de armas bacteriológicas, y desencadenaron todo tipo de enfermedades infecciosas como el cólera, el tifus, la pestilencia, ántrax, difteria y bacteria de la disentería.
- Congelaban a los prisioneros y los sometían a técnicas de deshidratación severas y documentaban la agonía.
- Los exponían a bombas para aprender a curar a los heridos japoneses. Bombardearon poblados y ciudades chinas con pulgas infectadas y dieron a los niños golosinas con ántrax. Después entraban para comprobar los daños a la población y se llevaban enfermos todavía vivos para abrirlos y perfeccionar el arma.
- Contaminaron las fuentes de agua.
- Algunos de los experimentos llevados a cabo allí incluían inyectar a los sujetos con bacteria causantes de la peste bubónica producidas en moscas infectadas, para luego registrar la evolución de la enfermedad e incluso disecarlos en estado consciente.
- Los japoneses no dejaron nada sin probar: hongos, fiebre amarilla, tularemia, hepatitis, gangrena gaseosa, tétano, cólera, disentería, fiebre escarlata, ántrax, muermo, encefalitis de las garrapatas, fiebre hemorrágica, difteria, neumonía, meningitis cerebroespinal, enfermedades venéreas, peste bubónica, tifus, tuberculosis y otras endémicas de China y Manchuria. Realizaron pruebas con cianuro, arsénico, heroína, con veneno de serpientes y de pez erizo.
En este programa murieron más de 10.000 personas.
- Algunos murieron como consecuencia de las investigaciones. Otros fueron ejecutados cuando quedaron tan débiles que no podían continuar en la Unidad 731 y en otros tantos puntos se hicieron tests con insectos, y todo tipo de gérmenes. Se probaba la resistencia humana al botulismo, ántrax, brucelosis, cólera, disentería, fiebre hemorrágica, sífilis y también la resistencia a los rayos X.
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FUENTES:
HB
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Publicado por: Anunciadora de Sión
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